domingo, 20 de marzo de 2011

Una pija, un consolador y mi cola

Hace bastante que no escribía pero ciertos relatos que anduve leyendo por estos días encendieron en mí una calentura bastante especial. Vaya una a saber por qué, todo lo que leí dirigió un extenso convoy de hormonas directo a mi cola.
Ayer quien propuso sexo fue mi marido. No es que yo no quisiese ni que me haya ganado de mano en la iniciativa, es sólo que tenía ganas de que él me pidiera: una apoyada en cucharita mientras mirábamos la tele, una mano en el elástico de mi pijama y su otra mano que guía la mía hasta lo abultado del calzoncillo. Decidí esperar un poco más, sólo acompañar el ritmo con que frotaba su pija sobre mi cola con un sutil “mmmmm”. Sin quitarme el pijama, me abrió las nalgas, hundió la punta y mi ano se devoró el primer centímetro de tela de la bombacha. A esa altura yo ya estaba ronroneando. Él entendió el mensaje y tiró del pijama con una fuerza tal que pensé que lo arrancaría, pijama, bombacha y culo.
Cuando vio en mi muslo una línea de flujo que descendía de mi vagina, llevó su lengua a mi clítoris: los círculos que dibujaba copiaban el movimiento de mi cadera, los embates de arriba hacia abajo me hacían gemir, casi gritar. Alcancé con mi mano su pija y la hice ir y venir, desaparecía en mi puño y volvía a emerger lustrosa, llena de transpiración.
- No doy más, vamos a coger – dijo él, y cuando lo vi, el rostro lleno de flujo, no pude negarme.
Se recostó boca arriba y yo lo monté. Apoyó sus manos sobre mis costillas, como sabe que me gusta, apretó con la yema de dos dedos la punta de mis pezones. Podría haber seguido, podría haber frotado mi clítoris contra su pelvis hasta bañarlo, pero me faltaba algo. Eso que latía, un hervor por detrás, era puro deseo: mi cola estaba desatendida. Me acordé de las cosas que había leído, sentí todo Poringa dentro de mi ano, los comentarios más tímidos fueron la saliva que me lubricó, los más zarpados me abrieron las nalgas y un mensaje privado hundió el dedo hasta el final.
- Quiero algo por el culo. - dije.
En menos de un segundo divisé la mesita de luz. Si el mejor amigo del hombre es el perro, el de la mujer es sin dudas su consolador. Lo introduje, al principio con un poco de dificultad y luego con confianza hasta el fondo. Sus manos saltaban de mi abdomen a mis tetas, mi mano derecha guiaba el juguete de afuera hacia adentro y mi mano izquierda se cerró, sin nada adentro, como si le faltara algo que agarrar. De inmediato vino a mi mente una pija, una en particular. Su dueño se llama Luciano y estoy segura de que, desde aquella vez en que la conocí, debe estar bastante cambiada.
Luciano es el hermano menor de una amiga. Aquella vez, hace más de diez años, Luciano era un adolescente y yo apenas unos años más que él. Debo admitir que para esa época mi actividad sexual era bastante pobre, de hecho fue para esos años cuando conocí al mejor amigo de la mujer… Luciano estaba en pleno desarrollo, quizás un poco menos que sus compañeros de la misma edad. Que me miraba no era novedad, ya que me miraba a mí y a todas las amigas de la hermana.
Pero algo cambió en mí una tarde en que lo advertí mirando por la ventana de la ducha mientras yo hacía pis. Habían dos opciones: me ofendía, lo mandaba en cana al pobre pibe o le daba material para pajearse por dos o tres años más. Sí, claro, segunda opción. Apoyé la mano sobre mi pelvis y empecé a moverla en círculos, para que sea bien notorio el movimiento y no hubiera lugar a dudas desde aquella ventana de vidrio esmerilado que daba a un balcón. Al cabo de un rato fingí haber acabado y salí.
Unos días después llamé por teléfono a mi amiga y quien me atendió fue Luciano. Le pregunté por sus cosas y el se puso nervioso de hablar conmigo. Creo que esa fue la primera vez que desarrollé mi actitud de perra, por eso la recuerdo hasta hoy. Le dije que no estaba bien espiar a las amigas de su hermana. Me dijo que yo sabía que él estaba ahí. Punto para Luciano. Le dije que él tendría que haberse ido, y que esperaba que él no se hubiera tocado pensando en eso ni nada. El quiso decir algo pero sólo tartamudeó. Punto para Laurita. Le pregunté si se había tocado en ese momento o después, en su habitación. Me dijo que las dos cosas. Dos puntos para Luciano por su buena performance y macht point. Hasta ese momento sólo había pensado en molestar un poco al pibe y divertirme, pero él me dijo “dos veces, qué querías que haga, estaba como loco” y entonces se me encendió una lamparita que hasta el día de hoy no pude apagar.
- Vení para casa- le dije.
En menos de una hora tenía al pibe delante de mí, casi temblando y admitiendo que aquella era su primera vez. Me dije a mí misma “bueno Laurita, esto tiene que recordarlo para toda su vida”. Cuando le bajé los calzoncillos, vi que apenas tenía pelusa clarita en lugar de pelos. Se dio cuenta y se avergonzó. Con mis pocos años más que los suyos sentí que tenía tanta experiencia como la Ciccolina y me dije que seguro una buena chupada aflojaría tensiones. El pibe me acabó en la boca, y esa fue para mí también una primera vez: nunca había tragado. Obvio que fingí que era riquísima. Sólo le agarré el gustito tiempo después. Después me cogió y acabó un poco rápido para mi gusto. Yo estaba súper caliente así que tuve que usar mis deditos. Como a él todavía le quedaba algo de energía (o como quería contárselo después a los amigos, no sé) me pidió de hacerlo por la cola. Le dije que no, que miraba demasiadas películas porno, que ni loca haría algo así.
Gracias a Dios que supe cambiar porque ayer el consolador que iba y venía en mi colita estaba lleno de jugos, y mi marido siempre a punto de acabar. En mi mano izquierda visualicé la pija de Luciano, sin pelos, dispuesta a acabar sobre mí doscientas veces más. Llevé esa pija a mi cola y de pronto estaba adolescente culeándome y mi marido acabando dentro mío litros y litros, como otro adolescente. Acabé poco después dando gritos a los cuatro vientos. La noche siguió con mi marido haciéndome doler la cola por casi una hora y con Luciano acariciándome el clítoris hasta hacerme acabar dos veces más
Ayer bauticé a mi mejor amigo: Luciano.
Aunque soy una chica más del “club de los dedos”, Luciano nunca me abandona, está siempre firme junto a mí, duro pero tierno. Y ahora los dejo, amig@s, porque cuando un amigo necesita un mano no hay que dejarlo solo, me llama Luciano. Nos vemos!

jueves, 10 de marzo de 2011

Segunda entrega - la cola


Era la primera vez que se quedarían solos en la casa de Sofía. Sus padres, como todos los fines de semana estaban en el campo. Carola estaba de campamento con el colegio y Samantha salía a bailar y se quedaba a dormir en lo de una amiga.
Tal vez el estar en terreno conocido le dio a Sofía la confianza para animarse a probar un poco más de sexo con Pedro. Tal vez los consejos o las historias de sus amigas Natalia y Jimena la habían convencido. Ellas no paraban de hablarle de las bondades del sexo anal.
Apenas Pedro terminó de descargar todo su semen dentro de su vagina, Sofía tomó la verga de Pedro y la posó sobre su oyito marrón. Había estado pensando en eso toda la semana, había jugueteado con su almohadita, y había estado probando con sus dedos la sensación de tener algo allí adentro. Mientras, estando en posición de perrito Pedro le metía y sacaba insistentemente la pija entre los labios de la vagina, y observaba éste movimiento, notó que el anito de Sofía se relajaba. La aureola amarronada que lo rodeaba se ampliaba, su centro se ponía primero rosado, dando paso luego a un rojo intenso. Un punto -grande- negro, que ya había contemplado en muchas otras oportunidades, se hacía más grande, más profundo. Creyó ver sudor en esa cola. Sofía no dejaba de pensar en los consejos de sus amigas y esperando el momento ya vivía la sensación.
Al terminar, como decía, Sofía tomó la verga de Pedro y la posó sobre su ano. Lo sintió mojado –todavía despedía un poco de semen- hirviente y durísimo. Pinceló el anito con un poco de semen y empezó a hacer círculos con la punta de la pija de Pedro. Paró el movimiento y endureció sus glúteos, en una suerte de beso anal a la verga de Pedro. Volvió a relajarse y, mirando por sobre su hombro a Pedro, le sonrió, sacó la lengua y le dijo: "te lo regalo, es todo tuyo".
Esta vez la verga de Pedro creció de forma tal que sin mover el cuerpo una parte de la cabeza ya estaba entrando en el canal de Sofía. Los labios de su vagina escupían fuego. Su cola estaba toda mojada por adentro, gracias a haberse concentrado en la penetración, y gracias a la calentura que la envolvía de solo pensar en lo que empezaban a hacer. Como de costumbre, Pedro fue suave, dulce y lento. Tardó como dos minutos en meterla toda entera. Mientras entraba, Pedro se recostó sobre la espalda de Sofía y pasando una mano tomó sus pechos, acariciándolos y dando pequeños apretones en los pezones. Le mordió la oreja al tocar su pubis contra los glúteos de Sofía.
Era el éxtasis. No solo no había sentido dolor, sino que a esta altura Sofía no quería se la sacara. Sentía un cosquilleo en los labios de su vagina, producido por los huevos de Pedro. Su ano se relajaba y calentaba, humedeciéndose con lo que le salía a la pija que tenía dentro suyo. Estuvieron dos minutos más, inmóviles sus sexos, acariciándose ellos con sus manos. Se besaron apasionadamente cuando Pedro empezó a retirarla. No había prácticamente diferencia de humedad y calor entre ese canal y el de la vagina. Simplemente era más estrecho, lo que a él lo hacía gozar un poco más. Ella aprendería con esa vez y muchas otras a llegar al orgasmo con la cola llena de semen.
Un saxofón sonaba de fondo, y una aroma a nardos llenaba el ambiente.
Cuando estaba por sacarla toda de la cola de Sofía, dura y colorada como nunca, sintió como todo el cuerpo que tenía frente a él se le abalanzaba y lograba meterla de nuevo. Entendió el placer que le estaba haciendo sentir a Sofía y comenzó a moverse, lentamente primero, contemplando como la aureola marrón acompañaba cada movimiento de su pija. Sintió que su pene crecía cada vez que entraba y atinaba a salir. Lo notaba más ancho y largo.
El canal de la cola de Sofía despedía como un líquido que lubricaba cada penetración de Pedro. Ella sentía como un vacío cada vez que el pene salía –sí ese pene que ya había estado en su vagina y en su boca- un vacío que le hacía perder la respiración y que le provocaba tremendo placer cada vez que se le metía toda adentro.
La verga de Pedro empezó a tornarse rosada primero y rojo bien fuerte después. Sentía un profundo placer, como si estuviera acabando todo el tiempo, y un profundo placer porque veía la expresión de Sofía, relajada, gozando, esperando que ese placer y esos momentos no terminaran nunca.
Al cabo de unos minutos –ninguno supo cuantos fueron- la pija de Pedro se volvió a agrandar –medía ya medio centímetro más que esa misma noche un rato antes- ensanchándose y estirándose como nunca. Y Sofía lo sintió. Su cola estaba totalmente relajada y sensible. Sintieron como un fuerte cosquilleo y un calor ardiente los abrazaba desde los pies y desde la cabeza, y se iba hacia el centro de sus cuerpos, hasta que en un instante culmine de placer, estallaba un torrente de semen del pito de Pedro que regaba y se entregaba entero dentro del anito de Sofía.
Durante unos segundos Sofía sintió un placer tan fuerte, tan intenso y tan ardiente que la hizo casi desmayar, perdiendo la respiración y sintiendo una sensación como de estar volando por las nubes entre aroma de jazmines y nardos. Todo su cuerpo agradecía a su oyito por haberse animado a ser penetrado. Agradecía a ese pene tan dócil, pero a la vez tan ardiente y tan potente que la había hecho ver las estrellas, el mar, los campos, un universo de placer.
Durante esos mismos segundos Pedro sintió como el ano de Sofía se contraía y se relajaba con cada gota de semen que recibía. Sentía su pija caliente y dura como una roca.
Cuando al cabo de unos minutos, ya agotados, Pedro vació el canal del anito de Sofía, se recostó, y casi instantáneamente ella se abalanzó con su boca sobre el pito, lo chupó desde el pubis hasta la punta, lo miró detenidamente, y con una mirada entre amante y lujuriosa, le dijo “gracias por hacerme sentir tan mujer”.